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CARTA DE VIDA DE LOS MIEMBROS MILITANTES DE LA FRATERNIDAD
FRATERNITAS
CHRISTI SACERDOTIS
ET BEATAE
MARIAE REGINAE
« Cor Iesu
adveniat Regnum tuum per Mariam »
La
vocación a vivir conforme a la espiritualidad de la Fraternidad de Cristo
Sacerdote y Santa María Reina, y según el estilo de vida que de ella desprende,
es un nuevo “paso” del Señor por tu vida. La novedad radica en este “nuevo
encuentro” y reiterada “invitación” a que vivas con radicalidad los compromisos
adquiridos en el Bautismo y en la Confirmación. Esta fidelidad al Señor y el
deseo de corresponder lo más perfectamente posible a los dones recibidos de Él
será el objetivo primero de tu vida y el más importante de tus afanes. No temas
hacer de ello el centro de tus desvelos porque sin duda alguna ahí te
encontrarás con la fuente de la alegría.
La
“Carta de Vida” no pretende ser un manual de preceptos, sino más bien una
invitación constante a que dejes discurrir tu vida por el Camino a través del
cual te conduce e Espíritu Santo que habita en nuestras almas.
La
letra sin espíritu no vivifica, no es camino de libertad.
I
“Dichosos
los pobres en el espíritu, porque suyo es el reino de los cielos.
Dichosos
los que están tristes, porque Dios los consolará.
Dichos
los humildes, porque heredarán la tierra.
Dichosos
los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque Dios los
saciará.
Dichosos
los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.
Dichosos
los que tienen un corazón limpio, porque ellos verá a Dios.
Dichosos
los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Dichosos
los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el reino de
los cielos.
Dichosos
seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de
calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque grande será vuestra
recompensa en los cielos, pues así
persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”.
“Vosotros
sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará?.
Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres. Vosotros
sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un
monte. Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro;
sino que se pone sobre el candelero, para que alumbren a todos los que están en
la casa. Brilles de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver
vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos”.
(Mt. 5)
II
“Hermanos
ambicionad los carismas mejores y aún os voy a mostrar un camino mejor.
Ya
podía yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo
caridad, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Ya
podría tener el don de predicación y conocer todos los secretos y todo el
saber; podría tener una fe como para mover montañas, si no tengo caridad, no
soy nada.
Podría
repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme quemar vivo; si no tengo
caridad de nada me sirve.
La
caridad es paciente, la caridad des servicial y no tiene envidia; la caridad no
presume ni se engríe; no es descortés, no busca lo suyo; no se irrita, no lleva
cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa
sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. La
caridad no pasa nunca”.
(1
Cor. 13)
VIDA
NUEVA EN CRISTO
“…Os
ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido
llamados. Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con
amor. Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad
que es fruto del Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la
vocación a la que habéis sido llamados; un solo Señor, una fe, un bautismo; un
Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en
todos.
A
cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don
de Cristo. Por eso dice la Escritura: al subir a lo alto llevó consigo
cautivos, repartió dones a los hombres. Eso de “subió” ¿no quiere decir que
también bajo a las regiones inferiores de la tierra?. Y es que bajó es el mismo
que ha subido a lo alto de los cielos para llenarlo todo. Y fue también Él
quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a
otros pastores y doctores. Capacita así a los creyentes para la tarea del
ministerio y para constituir el cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a
la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos
hombres perfectos, hasta que alcancemos la plenitud de la talla de Cristo.
Así
que no seamos niños caprichosos, que se dejan llevar por cualquier viento de
doctrina, engañados por esos hombres astutos, que son maestros en el arte del error. Por el contrario, viviendo
con autenticidad el amor, crezcamos en todo hacia aquél que es la cabeza,
Cristo. A Él se debe todo el cuerpo, bien trabado y unido por medio de todos
los ligamentos que lo nutren según la actividad propia de cada miembro, vaya
creciendo y construyéndose a sí mismo en el amor.
Os
digo, pues, y os recomiendo encarecidamente en el nombre del Señor que no
viváis como viven los no creyentes: vacíos de pensamiento, entenebrecida la
mente y alejados de la vida de Dios a causa de su ignorancia y su obstinación.
Perdido
el sentido moral se han entregado al vicio y se dedican a todo género de
impureza y de codicia. ¡No es eso lo que vosotros habéis aprendido de Cristo!.
Porque supongo que habéis oído hablar de Él y que, en conformidad con la
auténtica doctrina de Jesús, se os enseño como cristianos a renunciar a vuestra
conducta anterior y al hombre viejo, corrompido por apetencias engañosas.
De
este modo os renováis espiritualmente y os revestís del hombre nuevo creado a
imagen de Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa.
Por
tanto, desterrad la mentira; que cada uno diga la verdad a su prójimo, ya que
somos miembros los unos de los otros. Si os dejáis llevar de la ira, que no sea
hasta el punto de pecar y que vuestro enojo no dure más allá de la puesta de
sol.
Y
no deis al diablo oportunidad alguna. El ladrón, que no robe más, sino que
procure trabajar honradamente, para poder ayudar al que está necesitado. Que no
salgan de vuestra boca palabras groseras; si algo decís, que sea bueno,
oportuno, constructivo y provechoso para los que os oyen. Y no causéis tristeza
al Espíritu Santo de Dios, que es como un sello impreso en vosotros para
distinguiros el día de la liberación. Que desaparezca de entre vosotros toda
agresividad, rencor, ira, indignación, injurias y toda suerte de maldad.
Sed
más bien bondadosos y compasivos los unos con los otros, y perdonaos mutuamente
como Dios os ha perdonado por medio de Cristo.
Sed,
pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos. Y haced del amor la
norma de vuestra vida, a imitación de Cristo que nos amó y se entregó a sí
mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios.
En
cuanto a la injuria o a cualquier clase de impureza o avaricia, que ni siquiera
se nombren entre vosotros, pues así corresponde a creyentes. Y lo mismo hay que
decir de las palabras torpes y las conversaciones estúpidas o indecentes que
están fuera de lugar. Ocupaos más bien en dar gracias a Dios. Porque habéis de
saber que ningún lujurioso o avaro –que es como si fuera idólatra- tendrá parte
en la herencia del reino de Cristo y de Dios.
Que
nadie os seduzca con razonamientos vanos; son precisamente estas cosas las que
encienden la ira de Dios contra los hombres rebeldes. No os hagáis, pues,
cómplices suyos. En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el
Señor. Portaos como hijos de la luz, cuyo fruto es la bondad, la rectitud y la
verdad. Buscad lo que agrada al Señor y no toméis parte en las cosas vanas de
quienes pertenecen al reino de las tinieblas; al contrario desenmascaradlas,
pues lo que esos hacen en secreto, hasta decirlo da vergüenza. Pero cuando todo
eso ha sido desenmascarado por la luz, queda al descubierto; y lo que queda al
descubierto es a su vez luz. Por eso se dice:
Despierta,
tú que duermes,
Levántate
de entre los muertos
Y
te iluminará Cristo.
Poned,
pues, atención en comportaros no como necios, sino como sabios, aprovechando el
momento presente, porque corren malos tiempos. Por lo mismo, no seáis
insensatos, antes bien, tratad de descubrir cuál es la voluntad del Señor.
Tampoco os emborrachéis, pues el vino fomenta la lujuria. Al contrario, llenaos
del Espíritu, y recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados.
Cantad y tocad para el Señor con todo vuestro corazón, y dad continuamente
gracias a Dios Padre por todas las cosas en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
Guardaos
mutuamente respeto en atención a Cristo. Que las mujeres respeten a sus maridos
como si se tratase del Señor; pues el marido es cabeza de la mujer, como Cristo
es cabeza y al mismo tiempo salvador del cuerpo, que es la Iglesia. Y como la
Iglesia es dócil a Cristo, así también deben serlo plenamente las mujeres a sus
maridos.
Maridos,
amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo
por ella para consagrarla a Dios, purificándola con por medio del agua y la
palabra. Se preparó así una Iglesia esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa
parecida; una Iglesia santa e inmaculada. Igualmente, los maridos deben amar a
sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama;
pues nadie tiene odia a su propio cuerpo, antes bien lo alimenta y lo cuida
como hace Cristo con su Iglesia, que es
cuerpo, del cual nosotros somos sus miembros.
Por
eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse a su mujer y llegarán a ser los dos uno
sólo. Gran misterio es éste, que yo
relaciono con la unión de Cristo y de la Iglesia. En resumen, que cada uno ame
a su mujer como se ama a sí mismo, y que la mujer respete al marido.
Hijos,
obedeced a vuestros padres como es justo que lo hagan los creyentes. Honra a tu
padre y a tu madre; tal es el primer mandamiento, que lleva consigo una
promesa, a saber: para que seas feliz y goces de larga vida en la tierra.
Y
vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino educadlos, corregidlos y
enseñadles tal como lo haría el Señor.
Revestíos
de las armas que os ofrece Dios para que podáis resistir a las asechanzas del
diablo. Porque nuestra lucha no es contra adversarios de carne y hueso, si no
contra los principados, contra las potestades, contra los que dominan este
mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que tienen su morada en un
mundo supraterreno. Por eso debéis empuñar las armas que Dios os ofrece, para
que podáis resistir en los momentos adversos y superar todas las dificultades sin ceder terreno. Estad
pues, en pie, ceñida vuestra cintura con la verdad, protegidos con la coraza de
la rectitud, bien calzados vuestros pies para anunciar el evangelio de la paz.
Tened embrazado en todo momento el escudo de la fe con el que podáis apagar las
flechas incendiarias del maligno; usad el yelmo de la salvación y la espada del
Espíritu que es la palabra de Dios.
Vivid
en constante oración y súplica guiados por el Espíritu. Y renunciando incluso
al sueño para ello, orad con la mayor insistencia por todos los creyentes.
(Ef.
4)
COMPROMISO
DEL MILITANTE
Aspira
a encarnar en tu estado particular de vida el espíritu de la Fraternidad,
viviendo en plenitud los compromisos bautismales, anunciando con tus obras y
palabras “la cruz y la muerte del Señor”.
Trata
filialmente a la Bienaventurada Virgen María poniendo en Ella plena confianza y
procura, mediante la ayuda de la gracia y el trabajo ascético, imitar sus
virtudes.
Trabaja
incansablemente en la extensión del reinado de Cristo, mediante el reinado de
María en las almas, construyendo la fraternidad universal de los hijos de Dios
que encuentra su unidad en la Iglesia Católica.
PROCURA
GUARDAR TUS DEBERES
a) Vive habitualmente en Gracia de Dios
b) Lleva a cabo la consagración a Jesús por
María.
c) Efectúa los compromisos de asociación y
austeridad.
d) Vive el espíritu de obediencia, prestando
obediencia interior y exterior al Romano Pontífice, al Obispo de la diócesis y
a los superiores de la Fraternidad.
VIDA
DE ORACIÓN
“…Cuando
vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu
Padre, que está allí, en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará”
(Mt
6, 5-6)
Al levantarte, después del acto de adoración y de ofrecimiento, realiza las
oraciones vocales.
La Santa Misa diaria será el centro de toda tu vida.
Honra diariamente a Nuestra Señora con el rezo del Santo Rosario y el Ángelus.
Cuida con especial esmero la meditación diaria y la lectura espiritual.
Por la mañana, al mediodía y a la noche, haciendo coincidir una de ellas con la
Visita a Jesús Sacramentado, eleva tu corazón al cielo y pide por el Santo
Padre y por el Obispo diocesano.
Confiésate frecuentemente y cuida con responsabilidad de la Dirección
espiritual.
Los viernes del año, exceptuando el Tiempo Pascual, medita el Vía Crucis.
Asiste al retiro mensual y al anual.
Los
sábado renueva la Esclavitud mariana y cada Domingo las Promesas bautismales.
VIDA
ASCÉTICA
“Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por
mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el
mundo entero si arruina su vida?”.
(Mc
8, 34-36)
Que tu vida tenga un carácter sacrificial, en unión con Cristo crucificado
-Amor hasta el extremo-.
Procura cumplir con perfección tus deberes de estado.
Busca transmitir la Paz, don de Cristo Resucitado, y la alegría con que María
inunda las almas de quienes ponen en ella su plena confianza.
Cumple fielmente las leyes de la Iglesia en lo referente al ayuno y la
abstinencia.
Todos los viernes del año ofrece una mortificación por el Santo Padre y vive en
esos días con espíritu penitencial.
Evita todas aquellas costumbres contrarias a
la sencillez de vida que nos propone Jesús en el Evangelio.
Colabora generosamente, según tus posibilidades, a sostener económicamente a la
Iglesia y a la Fraternidad.
El Señor nos exhorta a dar limosna con espíritu de desprendimiento. Sin ella no
es creíble el deseo de construir un mundo fraterno.
Esfuérzate por vivir en espíritu de reparación
y de “ofrenda permanente al Padre”.
VIDA
DE ASOCIACIÓN
“La
muchedumbre de los que habías creído tenía un corazón y un alma solo y ninguno
tenía por propia cosa alguna, antes todo
lo tenían en común”.
(Hch
4, 32)
Participa en el Cenáculo semanal.
Esfuérzate
en la entrega generosa a los demás, contribuyendo a crear un clima de
fraternidad evangélica.
La obediencia es uno de los fundamentos de la unidad. Considera como falta especialmente
grave todo aquello (palabras, obras y actitudes) que pueda atentar contra la
unidad.
Mira siempre con ojos de fe a los superiores de la Fraternidad y préstales
obediencia y colaboración, a ejemplo del Salvador “que sufriendo aprendió a
obedecer” y con su obediencia nos rescató.
Pon
máximo empeño en colaborar con la Virgen María n el cultivo de las vocaciones
para la Fraternidad y para cualquier institución aprobada por la Iglesia.
Evita
siempre actitudes sectarias y parciales que puedan dañar la unidad de la
Iglesia de Cristo.
OFRENDA
DE LOS MIEMBROS MILITANTES DE LA FRATERNIDAD
Hermanos por el misterio pascual hemos sido sepultados por Cristo en el
Bautismo, para que vivamos una vida nueva. Por tanto renovemos las promesas del
Santo Bautismo, con las que en otro tiempo renunciamos a Satanás y a sus obras,
y prometimos servir fielmente a Dios en la Santa Iglesia Católica.
Así
pues:
Sacerdote:
¿Renunciáis
a Satanás, esto es:
al
pecado, como negación de Dios;
al
mal, como signo del pecado en el mundo;
al
error, como ofuscación de la verdad;
a
la violencia, como contraria a la caridad;
al
egoísmo, como falta de testimonio del amor?
Todos:
Si,
renuncio.
Sacerdote:
¿Renunciáis
a sus obras, que son:
vuestras
envidias
vuestras
perezas e indiferencias;
vuestras
cobardías y complejos;
vuestras
tristezas y desconfianzas;
vuestras
injusticias y favoritismos;
vuestros
materialismos y sensualidades;
vuestras
faltas de fe, de esperanza y de caridad?
Todos:
Si,
renuncio.
Sacerdote:
¿Renunciáis
a todas sus seducciones, como pueden ser:
el
creeros los mejores;
el
veros superiores;
el
estar muy seguros de vosotros mismos;
el
creer que ya estáis convertidos del todo;
el
quedaros en las cosas, medios, instituciones, métodos, reglamentos, y no ir a
Dios?
Todos:
Si,
renuncio.
Sacerdote:
¿Creéis
en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?
Todos:
Si,
creo.
Sacerdote:
¿Creéis
en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de Santa María Virgen,
murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha
del Padre?
Todos:
Si,
creo.
Sacerdote:
¿Creéis
en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia católica, en la comunión de los
santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la
vida eterna?
Todos:
Si,
creo.
Sacerdote:
Que
Dios todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos regeneró por el
agua y el Espíritu Santo y que nos concedió la remisión de los pecados, nos
guarde en su gracia, en el mismo Jesucristo nuestro Señor, para la vida eterna.
Amén.
Hermano/a: ¿Qué pides a la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina?
Pido ser admitido en esta Fraternidad; y en unión con mis hermanos, yo N… me
comprometo a llevar una vida cristiana más perfecta, mediante una vivencia
progresivamente más consciente y profunda del sacerdocio real; viviendo mis
compromisos bautismales, anunciando con mis obras y palabras “la Cruz y muerte
del Señor”, hasta que Él venga, e imitando las virtudes de la Bienaventurada
Virgen María.
Todo
ello conforme a la Carta de Vida y al “Compromiso de los miembros Militantes”
de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina.
¿Te comprometes, además, a trabajar sin
descanso por la extensión del reinado de Cristo, mediante el reinado de María
en las almas, y a construir un mundo más fraterno en el que todos los hombres
encuentren la unidad con Dios y entre sí en la Iglesia Católica?
Sí, me comprometo.
La Fraternidad te recibe entre sus miembros.
Jesucristo
Sacerdote eterno y María, Reina y Madre nuestra, te ayuden a perseverar en tus
compromisos.
El
Señor, te dé su Paz y un día nos reúna como a hijos suyos en la vida
eterna. Amén.
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"Se trata de establecer comunidades que, contemplando e imitando a la Virgen María, figura y modelo de la Iglesia en la fe y en la santidad, cuiden el sentido de la vida litúrgica y de la vida interior. Ante todo y sobre todo, han de alabar al Señor, invocarlo, adorarlo y escuchar su Palabra. Sólo así asimilarán su misterio, viviendo totalmente dedicados a Él, como miembros de su fiel Esposa".
Cf. Ecclesia in Europa, 27
Naturaleza
y Finalidad
La
“Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina” es una Asociación privada de fieles cuyo fin es fomentar entre sus miembros una vida
cristiana más perfecta mediante la vivencia, progresivamente más consciente y
profunda, de las exigencias que se
derivan del carácter sacerdotal, profético y real con que han sido consagrados
en el santo bautismo los fieles que a ella se adhieren.
Espíritu o Carisma
El espíritu o carisma propio de la
“Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina” consiste esencialmente en
la vivencia cada vez más perfecta de las promesas bautismales, el amor filial a la
Virgen María, la imitación de sus virtudes, y la extensión del Reino de Cristo
mediante el reinado de María en las almas.
Objetivos
Para
que los miembros de la “Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina”
hagan más fácilmente realidad la finalidad del movimiento, todos por igual, de
acuerdo con su propia condición de pertenencia:
●
Han de cultivar y fomentar la vida de oración, la práctica y la vivencia de la
Sagrada Liturgia, el culto de adoración a la Divina Eucaristía y la Reparación
a los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María. Y muy especialmente habrán de
procurar la unión con Cristo “en sus dolores como el Cuerpo a la Cabeza”,
“anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que Él venga”, y deseando
hacerse con Él “ofrenda permanente” al Padre, por las manos de María.
●
Profesando un amor tierno y filial a nuestra Madre, la Bienaventurada Virgen
María, siguiendo el camino de infancia espiritual, procuran la imitación de sus
virtudes en su vivir cotidiano, especialmente su fe, su humildad, su
obediencia, su oración, su mortificación, su pureza, su caridad, su paciencia,
su dulzura y su sabiduría. Llevan a la práctica y proponen a los demás
cristianos la consagración a Cristo por medio de María, según la doctrina de
San Luis María Grignion de Monfort, como medio eficaz para vivir fielmente los compromisos
del santo bautismo.
●
Cooperan con la Jerarquía de la Iglesia por medio ‘de la oración constante por
el Santo Padre y por los Sagrados Pastores’, y trabajan en la obra de la
evangelización, mediante el testimonio de la vida cristiana, el anuncio del
evangelio, y el apostolado catequístico, juvenil y familiar.
●
Se esfuerzan por servir al mismo Jesucristo presente en todos sus hermanos,
especialmente en los más pequeños, en los pobres y en los enfermos para
compartir y amar la Cruz.
●
Conscientes de haber sido elevados a la categoría de hijos adoptivos de Dios,
por los méritos de Jesucristo, nuestro Hermano y Salvador, su vida ha de estar
impregnada de aquellas virtudes que engendran y afianzan la fraternidad
cristiana. Es por ello que sus trabajos apostólicos irán encaminados a anunciar
a todas las gentes el don del Padre a ser ‘hijos’ en el Hijo, y hacer efectiva
su unión con Dios y con los hermanos en el seno de la Santa Iglesia Católica.
●
Por ello los miembros de la “Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María
Reina” consideran la misión ‘ad gentes’
– el anuncio de Cristo a cuantos todavía no han oído hablar de Él – como uno de
los principales deberes que brotan de su propia espiritualidad.
●
Y como es sabido que la vocación a la santidad “se fundamenta en el Bautismo,
que caracteriza también al presbítero como un ‘fiel’, como un ‘hermano entre
hermanos’, inserto y unido al Pueblo de Dios, con el gozo de compartir los
dones de la salvación y en el esfuerzo común de caminar según el espíritu
siguiendo al único Maestro y Señor”, la “Fraternidad de Cristo Sacerdote y
Santa María Reina” se constituye como lugar común -en unidad orgánica- para los laicos,
religiosos y sacerdotes que se comprometen a trabajar, personal y comunitariamente,
en la realización de esa ‘común’ vocación a la santidad, según los distintos
carismas y dones recibidos por cada uno de sus miembros.
●
Ello no obsta para que no deje de tenerse en cuenta la existencia “de una
vocación ‘específica’ a la santidad y más precisamente de una vocación que se
basa en el sacramento del Orden, como sacramento propio y específico del
sacerdote, en virtud de una nueva consagración a Dios, mediante la ordenación”,
lo que supone también un nuevo motivo de exigencia para aquél radicalismo
evangélico al que por tal motivo está llamado todo sacerdote.
Miembros
Laicos de la Fraternidad
“Ejercen
en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte
que a ellos corresponde. El carácter secular es propio y peculiar de los laicos
[…]. A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino
de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios […] Allí
están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por
el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde
dentro, a modo de fermento”
Incorporados a Cristo por el Bautismo, los
miembros laicos de la “Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina”
están llamados a realizar las siguiente acciones:
a.
Ofrecer toda su vida a Dios como sacrificio espiritual, a través de las manos maternales de María, cooperando con toda la Iglesia
en la consagración del mundo.
b. Dar ante todos testimonio de la grandeza y de la fecundidad de la vida cristiana, haciendo que el Evangelio de Cristo resplandezca ante el mundo.
c. Trabajar por extender el influjo de Cristo
en el orden temporal, actuando directamente en este orden por medio de la propagación del reinado de Cristo y de María en las almas y en la sociedad.
Podrán
ser miembros laicos de la “Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina”
aquellas personas, que además de reunir las condiciones exigidas por el derecho
común estén de acuerdo con el espíritu dela Asociación y las normas de sus
Estatutos, se ofrezcan a colaborar activamente en la misma, y manifiesten
expresamente su voluntad de asumir los
compromisos espirituales correspondientes a la clase de miembro asociado en el
que piden ser incluidas.
Los
miembros de la Fraternidad de Cristo
Sacerdote y Santa María Reina procuran vivir estrechamente unidos a Cristo
Sacerdote que no cesa de ofrecerse por nosotros en el Altar, y a la Virgen
Corredentora que ofrece a su Hijo y se ofrece Ella misma juntamente con Él, y
que es Nuestra Madre en el orden de la gracia.
Conscientes
de que por el santo bautismo han sido llamados a tomar parte en el plan de la
Redención, haciendo de toda su vida un acto de culto a Dios, se ofrecen con
Cristo al Padre por las manos maternales de María.
Los
trabajos y las fatigas de cada día adquieren un valor sobrenatural inmenso
cuando nos unimos al Sacrificio que Cristo ofrece al Padre diariamente en el
Altar a través del ministerio de los sacerdotes.
Nuestras
obligaciones diarias, el trabajo, la vida de familia, las relaciones sociales,
nuestras luchas, esfuerzos y
dificultades, nuestras alegrías, enfermedades y sufrimientos... Todo ha
de ser orientado hacia la gloria de Dios
y, todo ello ofrecido en unión con
Cristo por medio de María, adquiere un valor redentor para la salvación del
mundo. Es así como nos transformamos en cooperadores de Cristo para la
redención del mundo.
En
la obra de la Redención se han implicado las Tres Personas de la Santísima
Trinidad, asociando íntimamente a su obra a Nuestra Señora, Madre del Verbo
Encarnado y Corredentora del mundo, con una misión única y singular. Nosotros
no hemos sido dejados al margen, pues estamos llamados a ser cooperadores de Cristo
en la renovación del mundo, orientándolo nuevamente hacia la gloria de Dios.
Esto hemos de hacerlo "ofreciéndonos" juntamente con Él por las manos
de María. Entonces, nuestra vida se verá fecundada y enriquecida de un valor
sobrenatural y divino.
La
Redención, fruto del amor infinito de Dios, se ha llevado a cabo mediante la
entrega y la donación de Dios a los hombres. En Jesús y en María hallamos la
respuesta al amor del Padre: ambos se entregaron hasta el 'extremo'. Eso mismo
espera Dios de cada uno de nosotros: una
respuesta de amor y, por lo tanto, una entrega hasta el extremo de cuanto somos
y tenemos. Es la lógica del amor redentor.
ORACIÓN
Oh Dios, Padre nuestro, te damos
gracias por habernos dado a Jesucristo tu Hijo Único, nuestro Redentor, a quien
constituiste Sumo y Eterno Sacerdote para gloria tuya y salvación del género
humano.
Él, por su misterio pascual,
realizó la obra maravillosa de llamarnos del pecado y de la muerte al honor de
ser miembros de su Iglesia, estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada,
pueblo de su propiedad.
Te pedimos la gracia de vivir
siempre conforme a la dignidad de la vocación de hijos de Dios.
Derrama, oh Padre, el Espíritu
Santo que haga brotar en nuestros corazones disposiciones de una humilde
sumisión, de adoración a la suprema majestad divina, de honor, alabanza y
acción de gracias.
Que llevando en nosotros la vida
de Cristo, Sacerdote y Víctima, nos neguemos a nosotros mismos conforme a las
normas del evangelio, y espontánea y libremente practiquemos la penitencia,
arrepintiéndonos y expiando los pecados.
Concédenos permanecer unidos a
Cristo y estar crucificados con Él para morir místicamente en la cruz y
participar de su resurrección.
Danos, a ejemplo de tu humilde
esclava la Virgen María, Corredentora del mundo, vivir con espíritu sacerdotal,
consagrados a procurar tu gloria y la salvación de todos los hombres.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
ORACIÓN
¡Oh
Reina y Madre de misericordia, que dispensáis los favores con liberalidad de
reina y amor de madre, hoy acudo a Vos, viéndome tan falto de méritos y
virtudes y tan alcanzado en deudas con la divina justicia! Vos, Señora, que
tenéis la llave de todas las misericordias, no os olvidéis de mi gran miseria,
ni me dejéis en esta pobreza y desnudez. Siendo con todos tan generosa, que
dais siempre mucho más de lo que os piden, sedlo también conmigo, protegiéndome
y amparándome, que es todo lo que pretendo y pido. Si Vos me protegéis, nada
temo.
No
temo al demonio, porque sois mucho más poderosa que todo el infierno; no a mis
pecados, porque me podéis alcanzar el perdón con sólo una palabra que digáis;
ni aún temo la cólera del Juez airado, porque una súplica vuestra basta para
aplacarle.
En
suma: valiéndome de Vos, todo lo espero, porque todo lo podéis. Madre de
misericordia, sé que vuestro gusto es favorecer a los desdichados, y sé que los
protegéis, si de su parte no hay obstinación. Pues yo, aunque pecador, no me
obstino, sino que propongo de veras enmendarme.
Vos
me podéis ayudar. Ayudadme, pues, a recobrar la gracia y salvar mi alma. Hoy me
pongo enteramente en vuestras manos clementísimas.
Inspiradme
lo que tengo que hacer para agradar a Dios, que estoy resuelto a ponerlo por
obra, y con vuestro favor espero que lo haré.
¡Oh
María, oh María, Madre, luz, consuelo, refugio y esperanza mía! Amén, amén,
amén.
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LA INTERVENCIÓN MATERNAL DE MARÍA EN LOS PRIMEROS PASOS DE LA FRATERNIDAD
El 25 de enero del año 1999, en la Archidiócesis de Santiago de Compostela, recibía su aprobación canónica como Asociación privada de fieles la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina.
Coincidían en tal fecha tres importantes y significativas celebraciones: la Fiesta de la Conversión del Apóstol San Pablo, el Año Santo Compostelano y el último Año de preparación para el Gran Jubileo del año 2000, año dedicado a "El Padre celestial".
Quienes en aquellas fechas formábamos parte de la Fraternidad comprendíamos que era el Señor mismo quien nos hablaba a través de los acontecimientos cotidianos de nuestra vida.
La aprobación canónica fue recibida por todos nosotros como una gracia inmensa, a través de la cual se reforzaba nuestro deseo y compromiso de vivir enteramente al servicio de la Iglesia y de los intereses de Jesús y de la Virgen: servir a la Iglesia y servir a nuestros hermanos mediante la extensión del reino de Cristo por medio del reinado maternal de María en las almas.
La Santísima Virgen nos conducía suavemente y nos ayudaba a redescubrir con novedoso estupor lo agraciados que éramos por nuestra condición de bautizados y miembros del Cuerpo Místico de Cristo.
Ella, con maternal maestría, iluminaba nuestra almas, ilustraba nuestras mentes y enardecía nuestra voluntad, infundiéndonos un gran deseo de corresponder a la gracia inmensa de ser hijos muy amados de Dios, redimidos y salvados por la muerte de Jesús, y verdaderos hijos suyos.
María nos hacía comprender que nuestra vocación cristiana era un gran don, el mayor de los dones que habíamos recibido, pero al mismo tiempo era también una tarea, un compromiso que estábamos llamados a llevar a cabo en íntima y estrecha unión con Ella.
Fue la Madre quien iluminó en cada uno de nosotros la conciencia de lo que significaba ser hijos de Dios, cooperadores de Cristo y miembros de la Santa Iglesia.
Con torpes palabras para describir realidades tan sublimes, podríamos decir que nuestra Madre fue grabando a fuego en nuestros pobres corazones dos palabras llenas de vida: hijo y hermano.
En esto reside vuestro ser y vuestro quehacer, parecía indicarnos con insistencia, en ser y vivir como hijos y hermanos.
No se trataba de dos palabras, sino de dos realidades que son vida, y cuya vida tenía que desarrollarse en cada uno de nosotros, crecer más y más, para luego propagarse hasta el último rincón de la tierra.
Esta conciencia más clara y profunda de nuestro ser hijos y hermanos fue transformándonos interiormente hasta el punto de condicionar por entero nuestra forma de vivir y la orientación de nuestras vidas.
Sin duda alguna fue María quien nos enseñó a situarnos filialmente ante Dios nuestro Padre amorosísimo y providente, a unirnos enteramente a la Persona de Cristo y a su Oblación de amor, a confiarnos a Ella como esclavos de amor y abrir fraternalmente nuestros corazones y nuestras vidas a nuestro prójimo.
Nuestra Madre fue haciéndonos ver que sólo había una forma para que nosotros pudiésemos colaborar en su plan y corresponder a esas gracias, que a través de Ella el Señor iba derramando en nosotros. Esa forma no era otra que vivir en unidad familiar, a semejanza de la Trinidad Beatísima y de la Familia de Nazaret, cuyo eje de unidad y de expansión no es otro que la Caridad.
Aquellos primeros años fueron tiempos de gracias inmensas derramadas por Dios en nosotros a través de las manos maternales de María.
Por nuestra parte, pobres vasijas de barro, fueron tiempos de asombro y temor; tiempos de lucha interior, de confianza y de abandono, de escucha y de búsqueda.
Al tiempo que veíamos los brazos maternales de María abiertos para protegernos y abrazarnos, sentíamos el vértigo de lanzarnos tambaleantes a dar los primeros pasos corriendo hacia su regazo maternal.
Desde el primer momento Ella nos hizo ver muy claro que la razón de nuestra existencia como Fraternidad sólo tenía sentido naciendo, creciendo y viviendo en la Iglesia, con la Iglesia y para la iglesia. De esta forma la Madre nos ponía a resguardo de ceder a cualquier tentación de arrogancia o de sectarismo.
Éramos conscientes de que no se trataba de levantar una obra nuestra, sino de entregarnos a Ella y colaborar con Ella para que, a pesar de nuestra pobreza e incapacidad, la Madre realizase su obra en nosotros y a través de nosotros.
Por pura gracia nos fue dado vivir tiempos maravillosos en los que nuestra Madre nos reunía en torno a Jesús Eucaristía. De Ella aprendíamos a adorar, a escuchar, a meditar y a guardar en nuestros pobres corazones cuanto contemplábamos en las palabras y en los ejemplos de Jesús.
Nuestro amor y nuestra entrega crecía de día en día. Por supuesto que no se trataba de un amor ni de una entrega perfectos, pero sí sinceros y siempre deseosos de una mayor perfección en el amor.
Ser Fraternidad, en torno a María y de la mano de María, suponía para cada uno un deseo ardiente de dar pasos muy concretos en la asimilación de las principales virtudes de nuestra Madre: su humildad profunda, su fe intrépida, su esperanza viva, su caridad ardiente, su oración constante, su austeridad y mortificación, su dulzura y su alegría, su generosidad sin límites y su amor tiernísimo hacia todos sus hijos, especialmente hacia los pobres pecadores, hacia los más pobres y abandonados, hacia los más ignorantes, hacia los enfermos y sufrientes, y también hacia los más pequeños.
Ella nos infundía a cada momento la aspiración a hacer realidad en nuestras vidas aquél propósito y súplica que antes Ella misma había infundido en el corazón de muchos otros hijos suyos: "Madre, que quien me mire a mí, te vea a Ti".
¡Sería imposible relatar cuánto la Madre fue infundiendo en los corazones de aquellos primeros miembros de la Fraternidad!
¡Sería imposible describir la dulzura de su tacto, la suavidad de sus enseñanzas, la atracción irresistible de su presencia en medio de nosotros, la paciencia infinita con que nos sostenía y guiaba a pesar de nuestras torpezas y miserias!
¡Jamás será posible relatar su forma y sus maneras de ejercer con nosotros su ser de Madre Dulcísima y Reina misericordiosa!
El Señor la eligió para ser Madre y Maestra de los redimidos, y aún de todos los hombres.
Todos y cada uno de los primeros miembros de la Fraternidad podemos dar firme testimonio de cómo sólo Ella es la única que nos puede conducir hasta Jesús. Sólo a través de su acción maternal el Espíritu Santo obra en los elegidos el prodigio de asimilarlos a Cristo, conformarlos con Cristo y transformarlos en imagen de Cristo.
La Madre no elige santos, sino pobres pecadores para transformarlos en santos.
Sólo María es Reina de los corazones, por lo que sólo María, Esposa e instrumento del Espíritu Santo, puede ir moldeando con precisión divina y con paciencia infinita los corazones de aquellos que por medio de Ella Dios llama, reúne, forma y envía.
¡No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre da la gloria!
¡No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu Santa Madre María sean dados el honor y la alabanza por los siglos!
En nombre de aquellos primeros miembros fundacionales de la Fraternidad y unido a cada uno de ellos como un sólo corazón y una sola alma renuevo nuestro mayor anhelo y súplica: ¡Somos enteramente tuyos Reina nuestra y Madre nuestra, y cuanto tenemos tuyo es! ¡Haznos enteramente tuyos en el tiempo y en la eternidad, Madre Dulcísima y Reina de Misericordia! ¡Todo lo esperamos de Ti omnipotencia suplicante, Madre de Dios y Distribuidora universal de todas las gracias!
P. Manuel María de Jesús
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