REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

domingo, 29 de mayo de 2016

MADRE MARÍA ELVIRA, ALMA EUCARÍSTICA

"¡Cómo te he sentido esta tarde, Señor!
¡Cómo se notó tu presencia entre nosotros!
Allí estabas como cada tarde del lunes en la Custodia, pero hoy tu presencia yo la pude sentir tan clara que creí hasta oír los latidos de tu Corazón.
Perdona, Señor, mi atrevimiento ante estas palabras, pero es cierto. Nunca te había sentido tan cerca y tan en mí como aquél día en que tu infinita misericordia y mi nada se juntaron.
Fue maravilloso sentirte así tan cerca, pero como siempre todo gran gozo lleva consigo una pequeña tribulación, pues para llegar a la luz hay que pasar por la cruz.
Sufrimiento y gozo se juntaron en mí, y yo en mi interior lo ofrecía al Padre Eterno por las Vocaciones a la Fraternidad.
¡Cuánto anhelaba yo que para gloria tuya nos enviaras vocaciones a la vida sacerdotal y Consagrada!
Qué hermoso sería, Señor, que yo supiera ser Marta y María. Un Marta capaz de servirte en mis hermanos, siempre dispuesta y pronta a servir a los demás.
Y una María capaz de sentarme a tus pies y escuchar tus enseñanzas, entregándote por entero cuanto soy y cuanto tengo.
Hoy, Señor, al recibirte me he dado cuenta y he hallado algo de respuesta a la pregunta que días atrás te hacía: ¿Cuándo sabré ver las cosas claras y podré hablar contigo sin palabras?
Ya he empezado a verlas, y sin hablar comienzo a comprender lo que quieres de mí: verme despojada de todo lo terreno para solo confundirme en Ti."
Madre María Elvira de la Santa Cruz, M.F.

MADRE DE LA EUCARISTÍA

“Hijos predilectos, cómo rebosa de gozo mi Corazón al veros reunidos aquí en una peregrinación sacerdotal de adoración, de amor, de reparación y de acción de gracias a Jesús, mi Hijo y mi Dios, presente en la Eucaristía, para consolarle de tanto vacío, de tanta ingratitud y tanta indiferencia de que se ve rodeado por tantos hijos míos en Su real presencia de amor en todos los sagrarios de la tierra, sobre todo, por muchos de mis hijos predilectos, los Sacerdotes.
Gracias por la alegría que dais al Corazón de Jesús, que os sonríe complacido y estremecido de ternura por vosotros. Gracias también por la alegría que dais al Corazón Inmaculado de vuestra Madre Celestial en medio de su profundo dolor.
Yo soy la Madre del Santísimo sacramento.
Llegué a serlo con mi Sí, porque en el momento de la Encarnación, di la posibilidad al Verbo del Padre, de bajar a mi seno virginal y, si bien soy también verdadera Madre de Dios, porque Jesús es verdadero Dios, mi colaboración se concretó, sobre todo, en dar al Verbo la naturaleza humana, que le permitiera a Él, segunda persona de la Santísima Trinidad, Hijo coeterno del Padre, hacerse también Hombre en el tiempo y ser verdadero hermano vuestro.
Al asumir la naturaleza humana le fue posible realizar la obra de la Redención.
Por ser la Madre de la Encarnación, soy también Madre de la Redención.
Una Redención efectuada desde el momento de la Encarnación hasta el momento de Su muerte en la Cruz, donde Jesús debido a la humanidad asumida, ha podido realizar lo que no podía hacer como Dios: sufrir, padecer, morir, ofreciéndose en perfecto rescate al Padre y dando a Su justicia una reparación digna y justa.
Verdaderamente Él ha sufrido por todos vosotros, redimiéndoos del pecado y dándoos la posibilidad de recibir aquella vida divina, que se había perdido para todos en el momento del primer pecado, cometido por nuestros progenitores.
Mirad a Jesús mientras ama, obra, ora, sufre, se inmola desde su descenso a mi seno virginal hasta su elevación en la Cruz, en ésta Su perenne acción sacerdotal, para que podáis comprender cómo Yo soy sobre todo Madre de Jesús Sacerdote.
Por esto soy también verdadera madre de la Santísima Eucaristía. No porque Yo lo engendre todavía en esta realidad misteriosa sobre el Altar.
¡Este ministerio está reservado sólo a vosotros, mis hijos predilectos!
Es un ministerio, empero, que os asemeja mucho a mi función maternal, porque también vosotros, durante la Santa Misa y por medio de las palabras de la Consagración, engendráis verdaderamente a mi Hijo.
Por Mí lo acogió el frío pesebre de una gruta, pobre e incómoda; por vosotros, lo acoge ahora la fría piedra de un altar.
Pero también vosotros, al igual que Yo, generáis a mi Hijo.
Por esto no podéis sino ser hijos de una particular, más bien particularísima, predilección de Aquella que es Madre, verdadera Madre de su Hijo Jesús
Mas Yo también soy verdadera Madre de la Eucaristía, porque Jesús se hace realmente presente, en el momento de la Consagración, por medio de vuestra acción sacerdotal.
Con vuestro sí humano, dado a la poderosa acción del Espíritu, que transforma la materia del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, hacéis posible que Él tenga esta nueva y real presencia Suya entre vosotros.
Y se hace presente para continuar la Obra de la Encarnación y de la Redención, que le fue posible ofrecer al Padre por causa de su naturaleza humana, asumida con el Cuerpo que Yo le he dado. Así Jesús, en la Eucaristía, se hace presente con Su divinidad y con Su Cuerpo glorioso, aquel Cuerpo que le fue dado por vuestra Madre Celestial, verdadero Cuerpo nacido de María Virgen.
Hijos, el Suyo es un Cuerpo Glorioso, pero no uno diverso, o sea, no se trata de un nuevo nacimiento Suyo. En efecto, es el mismo Cuerpo que Yo le di: nacido en Belén, muerto en el Calvario, depositado en el Sepulcro y desde allí resucitado, pero asumiendo una forma nueva, Su forma divina, la de la gloria.
Jesús en el Paraíso, con Su Cuerpo Glorioso, sigue siendo hijo de María; así Aquel que, con Su divinidad, vosotros generáis en el momento de la Consagración Eucarística, es siempre hijo de María.
Yo soy, por tanto Madre de la Eucaristía.
Y, como Madre, Yo estoy siempre al lado de mi Hijo.
Lo estuve en esta tierra; lo estoy ahora en el Paraíso, por el privilegio de mi Asunción corporal al Cielo; estoy también donde Jesús está presente, en todos los Sagrarios de la tierra.
Así como Su Cuerpo Glorioso, estando fuera de los límites del tiempo y del espacio, le permite estar aquí delante de vosotros en el Sagrario de esta pequeña iglesia de montaña, le permite al mismo tiempo estar presente en todos los Sagrarios esparcidos por el mundo; así también vuestra Madre Celestial, con su cuerpo glorioso, que le permite estar aquí y en todas partes, se halla verdaderamente junto a todos los Sagrarios donde Jesús está custodiado.
Mi Corazón Inmaculado, le hace de vivo, palpitante, materno Sagrario de amor, de adoración, de gratitud y de perenne reparación.
Yo soy la Madre Gozosa de la Eucaristía.
Vosotros, hijos predilectos, sabéis bien que donde está el Hijo están también el Padre y el Espíritu Santo. Como en la gloria del Paraíso, Jesús está sentado a la derecha del Padre, en íntima unión con el Espíritu Santo, así también cuando, llamado por vosotros, se hace presente en la Eucaristía y se custodia en el Sagrario, acompañado por mi Corazón de Madre, junto al Hijo están realmente presentes el Padre y el Espíritu Santo, morando siempre allí la Divina y Santísima Trinidad.
Y, como ocurre en el Paraíso, también junto a cada Sagrario, está la presencia extasiada y gozosa de vuestra Madre Celestial.
Después están allí todos los Ángeles, dispuestos en sus nueve Coros de Luz, para cantar la Omnipotencia de la Santísima Trinidad, con diversas modulaciones de armonía y de gloria, como si quisieran exteriorizar, en grados diferentes, Su grande y divino poder.
Junto a los Coros Angélicos, se hallan también todos los Santos y Bienaventurados que propiamente de la luz, del amor, del perenne gozo y de la inmensa gloria, que brotan de la Santísima Trinidad, reciben un aumento continuo de su eterna y siempre creciente bienaventuranza.
A este supremo vértice del Paraíso suben también las profundas inspiraciones, los sufrimientos purificadores, la oración incesante de todas las almas del Purgatorio. Hacia él tienden con un deseo, con una caridad cada día más ardiente, cuya perfección es proporcionada a su progresiva liberación de toda deuda contraída por la fragilidad y por sus culpas, hasta el momento en que, perfectamente renovadas por el Amor, pueden asociarse al canto celestial que se forma en torno a la Santísima y Divina Trinidad, que mora en el Paraíso y en todos los Sagrarios, donde Jesús está presente, aún en los lugares más remotos y apartados de la tierra.
Por esto, junto a Jesús, Yo soy la Madre Gozosa de la Eucaristía.
Yo soy la Madre Dolorosa de la Eucaristía.
A la Iglesia triunfante y a la purgante, que palpitan en torno al centro del amor, que es Jesús Eucarístico, debería unirse también la Iglesia militante, deberíais uniros todos vosotros, mis hijos predilectos, religiosos y fieles, para componer con el Paraíso y con el Purgatorio un himno perenne de adoración y alabanza.
Por el contrario, Jesús hoy en el Sagrario está rodeado de tanto vacío, de tanto abandono, de tanta ingratitud.
Estos tiempos han sido predichos por Mí en Fátima por medio de la voz del Ángel, aparecido a los niños, a quienes enseñó esta oración:
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Te adoro profundamente, Te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes, de los sacrilegios y de la indiferencia de que está rodeado...”
Esta oración fue enseñada para estos tiempos vuestros.
Jesús hoy vive rodeado del vacío formado especialmente por vosotros Sacerdotes que, en vuestra acción apostólica, giráis a menudo inútilmente y muy en la periferia, yendo a las cosas menos importantes y más secundarias, olvidando que el centro de vuestra jornada sacerdotal debe estar aquí, delante del Sagrario, donde Jesús se halla presente y se guarda sobre todo por vosotros.
Está rodeado también de la indiferencia de tantos hijos míos, que viven como si Él no existiera, y, cuando entran en la Iglesia para las funciones litúrgicas, no se percatan de Su divina y real presencia entre vosotros. Con frecuencia Jesús Eucarístico es puesto en un rincón perdido, cuando debe ser colocado en el centro de la Iglesia y en el centro de vuestras reuniones eclesiales, porque la Iglesia es Su Templo, que ha sido construido en primer lugar para Él y después para vosotros.
Amarga profundamente a mi Corazón de Madre el modo con que Jesús, presente en el Sagrario, es tratado en tantas iglesias, donde es arrinconado, como un objeto cualquiera para usar en vuestras reuniones eclesiales.
Pero están sobre todo los sacrilegios que forman hoy, en torno a mi Corazón Inmaculado, una dolorosa corona de espinas.
En estos tiempos ¡cuántas comuniones y cuántos sacrilegios se cometen! Se puede decir que hoy ya no hay una celebración eucarística en la que no se hagan comuniones sacrílegas. ¡Si vierais con mis propios ojos cuán grande es esta plaga, que ha contaminado a toda la Iglesia y la paraliza, la detiene, la hace impura y tan enferma!
Si vierais con mis ojos, también vosotros derramaríais Conmigo lágrimas copiosas.
Por tanto, sed hoy vosotros mis predilectos e hijos consagrados a mi Corazón un fuerte llamamiento para el pleno retorno de toda la Iglesia militante a Jesús presente en la Eucaristía.
Porque sólo ahí está la fuente de agua viva, que purificará su aridez y renovará el desierto a que está reducida; sólo ahí está el secreto de la Vida, que abrirá para ella un segundo Pentecostés de gracia y de luz; sólo ahí está la fuente de su renovada santidad: ¡Jesús en la Eucaristía!
No son vuestros planes pastorales ni vuestras discusiones, no son los medios humanos en que ponéis tanta confianza y seguridad, sino sólo es Jesús Eucarístico quien dará a toda la Iglesia la fuerza de una completa renovación, que la llevará a ser pobre, evangélica, casta, despojada de todos los apoyos en que confía, santa, bella, sin mancha ni arruga, a imitación de vuestra madre Celestial.
Deseo que este mensaje mío se haga público, sea reseñado y se incluya entre los contenidos de mi libro.
Deseo que sea difundido en todo el mundo, porque de todas las partes de la tierra os llamo hoy a todos a ser una corona de amor, de adoración, de agradecimiento y de reparación sobre el Corazón Inmaculado de Aquella que es verdadera Madre –Madre Gozosa, pero también Madre Dolorosa– de la Santísima Eucaristía.

BELLEZAS DEL CORPUS

 Mas nosotros católicos, fieles adoradores del Santísimo Sacramento, ¡"con qué alegría" exclama el elocuente Padre Fáber, "debemos contemplar esta resplandeciente e inmensa nube de gloria que la Iglesia hace hoy subir hacia Dios! ¡Sí, se diría que el mundo está aún en su estado de fervor e inocencia, primitivas! Mirad estas gloriosas procesiones que con sus estandartes resplandecientes por el sol, se desarrollan en las plazas de las opulentas ciudades, por la calles de los pueblos cristianos cubiertas de flores, bajo las bóvedas venerables de las antiguas basílicas y a lo largo de los jardines de los Seminarios, asilos de piedad. En esta aglomeración de pueblos, el color del rostro y la diversidad de lenguas no son sino nuevas pruebas de la unidad de esta fe que todos se regocijan de profesar por la voz del magnífico ritual Romano. ¡En cuántos altares de distinta arquitectura, adornados con las flores más suaves y resplandecientes, en medio de nubes de incienso, al son de cantos sagrados y en presencia de una multitud prosternada y recogida, el Santísimo Sacramento es elevado sucesivamente para recibir las adoraciones de los fieles, y descendido para bendecirlos! ¡Cuántos actos inefables de fe y de amor, de triunfo y reparación, cada una de estas cosas nos representan! El mundo entero y el aire de la primavera se llenan de cantos de alegría. Los jardines se despojan de las bellas flores, que manos piadosas arrojan al paso de Dios, oculto en el Santísimo Sacramento. Las campanas tocan a lo lejos sus graciosos carrillones. El Papa en su trono y la doncella de su aldea, las religiosas claustradas y los ermitaños solitarios, los obispos, los dignatarios y predicadores, los emperadores, los reyes y los principes, todos piensan hoy en el Santísimo Sacramento. Las ciudades se ven iluminadas, las moradas de los hombres se animan con trasportes de alegría. Es tal el gozo universal, que los hombres se entregan a él sin saber por qué, y que se comunica de rechazo a todos los corazones donde reina la tristeza, a los pobres, a todos los que lloran su libertad, su familia o su patria. Toaos estos millones de almas que pertenecen al pueblo regio y al linaje espiritual de San Pedro, están hoy más o menos preocupados con la idea del Santísimo Sacramento; de suerte que la Iglesia militante entera salta de un gozo y de una emoción semejante al oleaje del mar agitado. El pecado parece olvidado; las lágrimas mismas parecen arrancadas más bien por la abundancia dé felicidad que por la penitencia. Es una embriaguez semejante a la que transporta al alma a su entrada en el cielo; o bien se diría que la tierra se convierte en cielo, como podría suceder por efecto de la alegría de que la inunda el Santísimo Sacramento".
Durante la procesión se cantan los himnos del oficio del día, el Lauda Sion, el Te Deum, y según la duración del trayecto, el Benedictus, el Magníficat u otras piezas litúrgicas, que tienen alguna relación con la fiesta, como los himnos de la Ascensión indicados en el Ritual. De vuelta a la Iglesia, la función se acaba como las exposiciones ordinarias, con el canto del Tantum ergo, del verso y la oración del Santísimo Sacramento. Mas después de la Bendición solemne, el Diácono expone la Sagrada Hostia sobre el trono, donde los fieles la formarán, durante ocho días, una guardia amorosa y solícita.
No debemos concluir esta festividad sin mencionar, aunque sea brevemente la gran devoción que en España se viene teniendo, ya de antiguo, al Santísimo Sacramento, y el esplendor con que en siglos pasados se celebró y sigue celebrándose hoy día la gran fiesta del Corpus y su Procesión. Esta veneración hacia Jesús Sacramentado la testimoniaron de consuno el arte y la literatura. El arte nos ha legado un tesoro inmenso de custodias que son verdaderas joyas, cuajadas de primores artísticos no menos que de materias preciosas. La literatura nos ofrece una riquísima copia de Autos Sacramentales en que el ingenio y la doctrina de nuestros dramaturgos clásicos, derrochó galanuras de elocuencia y poesía e hizo de nuestro pueblo un pueblo que podríamos llamar teólogo.
Esta devoción al Santísimo, junto con la de la Inmaculada Madre del Verbo hecho Hombre, la supieron inocular nuestros misioneros en toda la América Española, que, si tenía a gala en competir antiguamente con la Madre Patria en rendir honores al Dios de la Hostia, hoy conserva todavía esa singular veneración al más augusto de los misterios del cristianismo. ¡Gloria a la España Católica, y gloria a las naciones por ella cristianizadas!
Dom Prósper Gueranger, O.S.B.

jueves, 19 de mayo de 2016

VIVIR CON ALMA SACERDOTAL

Madre María Elvira de la Santa Cruz y Hermana María del Carmen de la Eucaristía, primeras Profesas Perpetuas de las  Misioneras de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina.
En la Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote no podemos dejar en nuestro blog de dar gracias al Señor por la vocación de las Hermanas Misioneras de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina.
Durante muchos años estas Hermanas hicieron presente en diversas parroquias de la diócesis Compostelana la Caridad del Corazón de Cristo Sacerdote. Su vida de Esposas de Cristo discurrió entregadas a la adoración diaria del Santísimo Sacramento, con un espíritu de reparación por los pecados del mundo entero; un espíritu de intercesión por los sacerdotes y por el aumento de las vocaciones; un espíritu de consolación a Dios y al Corazón Inmaculado de María, tan ofendidos por el desamor y por la falta de correspondecia de los hombres.
Las Hermanas Misioneras, además de ser almas contemplativas, han sido testimonio de almas apostólicas viviendo entregadas al servicio de todas  las almas. Excelentes Cooperadoras de los Sacerdotes, mediante el apostolado de la catequesis infantil, juvenil y de adultos; mediante su presencia fraternal al lado de los enfermos; mediante su disponibilidad ante los requerimientos de las familias, y mediante su colaboración sin medida a disposición de los sacerdotes.
El secreto de sus vidas entregadas no es otro que la contemplación de la Divina Eucaristía y la comunión íntima y  personal con Cristo, Sacerdote y Víctima, en la participación diaria del Santo Sacrificio de la Misa.
Las Hermanas Misioneras de la Fraternidad han sabido escoger "la parte mejor", que no es otra que la vía de la humillación y de la encarnación, a ejemplo del Verbo encarnado y de su Fiel Cooperadora, la Santísima Virgen María, para extender la Obra de la Redención y de la Salvación del género humano.
En la Escuela de María, las Misioneras fueron aprendiendo la ciencia del Santo Abandono y de la Confianza filial en la Providencia Divina que rige el mundo con Amor infinito.
"Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad"; "Sólo Dios". Este es el espíritu con el que fueron llamadas, convocadas y enviadas a las comunidades parroquiales para en ellas hacer presentes, reales y visibles, los desvelos maternales de la Virgen Madre y Corredentora del género humano.
En los umbrales del siglo XXI, sin otra arma que la Cruz de Cristo, sin dejarse intimidar por los riesgos y dificultades; tan sólo confiadas en el Auxilio de María y en la Providencia de Dios, las Misioneras han escrito en letras de oro una página gloriosa que permanecerá reluciente por toda la eternidad.
Al igual que María, ellas no pretendieron nunca brillar y aún menos deslumbrar. Su misión de Esposas y Madres no ha sido otra que alumbrar mediante el testimonio de su entrega, de su "estar" al pie de la cruz de sus hermanos, de su saber compartir, de su vida humilde y sencilla, de su disponibilidad; en definitiva, las Misioneras de la Fraternidad han desplegado a su alrededor el tesoro de su vocación: en el corazón de su Madre la Iglesia ser el Amor.
Ofrecemos a todos en esta Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, esta bella estampa de las Primeras Profesas Perpetuas de las Misioneras de la Fraternidad, la Madre María Elvira de la Santa Cruz y la Hermana María del Carmen de la Eucaristía. Una estampa que habla por sí misma, y que nos recuerda a todos nuestra vocación bautismal. Una vocación por la que estamos llamados a ser cooperadores de Cristo Sacerdote, dejándonos transformar por la gracia en "hostia viva, santa y grata a Dios".
Una vocación que no es posible llevar a término sin vivir unidos, sin fisura alguna, con el Corazón Inmaculado de María. Es mediante Ella que podemos obtener las gracias para identificarnos con el espíritu de Cristo Sacerdote. Es mediante Ella que aprendemos a acoger con limpio corazón la voluntad salvadora del Padre, y aprendemos a ofrecernos, en holocausto de amor, para gloria de la Trinidad Beatísima y en beneficio de la salvación del género humano, por la oblación de nuestra vida en unión con Jesús y con María.
En este año, aniversario de la partida de este mundo de la Madre María Elvira, los miembros de la Fraternidad queremos hacer pública nuestra acción de gracias a Dios por el maravilloso don de la vocación de nuestras Hermanas.
Pedimos a Cristo Sacerdote, que por los méritos de su Amor Redentor, nos regale el don de nuevas Hermanas Misioneras que sigan la estela marcada por estas Hermanas y por su testimonio de fidelidad y de entrega en la humildad y en el Santo Abandono.
Pedimos a la Virgen Corredentora del género humano que regale a su Iglesia abundantes vocaciones de Hermanas Misioneras de la Fraternidad; almas sencillas y alegres, al tiempo que recias y confiadas, imbuidas de profundo espíritu de fe que hagan presente, allí donde sean enviadas, la misión sobrenatural de ser Esposas de Cristo y Madres del Cuerpo Místico.
Y lo pedimos, con la confianza que nos otorga la fe en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: "Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto".
¡Ave María Purísima!
 Manuel María de Jesús, F.F.

viernes, 13 de mayo de 2016

APÓSTOL DE NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA

A lo largo de este año en el que estamos celebrando el décimo aniversario de la partida de este mundo de la Madre María Elvira de la Santa Cruz, Cofundadora de las Misioneras de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa Maria Reina, intentaremos acercarnos a su persona, a su espiritualidad y a las "obras grandes" que intuimos el Señor realizó en un alma sencilla, humilde y llena de fe como la suya.
¡Es bueno cantar y contar las obras del Señor!
¡Es bueno escrutar con mirada contemplativa las misericordias que el Señor realiza en quienes lo aman y lo buscan con sincero corazón!
La Madre María Elvira es una de esas almas nobles que dejándose conducir y guiar por la luz de la fe buscó glorificar al Señor con su propia vida, entregarse al fuego de su Amor Misericordioso y expandir ese mismo fuego de amor a los que vivían a su alrededor.
Muchos de quienes la trataron no pudieron dejar de preguntarse de dónde sacaba sus fuerzas para llevar a cabo la misión que el Señor le había encomendado, en medio de grandes sufrimientos físicos, enfrentándose a dificultades, incomprensiones y retos de todo tipo.Ella fue probada hasta el límite, siguiendo la estela de tantos fundadores que brillan como ejemplos luminosos en la historia de la Iglesia Católica.
Las pruebas y dificultades con las que se encontró nunca las rodeó ni las escamoteó. Con el don de fortaleza que el Espíritu Santo concede a sus fieles, la Madre María Elvira no eludió el combate ni la lucha.
La grandeza de las obras de Dios no guarda proporción con la espectacularidad, con el éxito humano, con la apariencia externa, con el juicio de los hombres, ni con el brillo de los triunfos de este mundo.
Casi siempre la grandeza de las obras divinas se realiza bajo tierra, como la semilla que es plantada y enterrada, que muere y se pudre hasta que un día florece y crece y da frutos abundantes.
Sólo Dios y sus santos, a quienes Él se lo revela interiormente, tienen el conocimiento y la ciencia exacta sobre el valor y el misterio que se encierra en el tiempo. Los tiempos de Dios no son los tiempos de los hombres. Los santos lo saben y por ello obran en consecuencia con esa lógica divina, una lógica que a ojos del mundo y de las almas mundanas es juzgada como ignorancia, necedad y falta de juicio.
Las almas de Dios siguen una ciencia muy distinta a la sabiduría mundana. Ellos son los expertos en la Sabiduría de la Cruz de Cristo.
En este trece de Mayo, aniversario de las Apariciones de Fátima, no podemos dejar de presentar la figura de la Madre María Elvira de la Santa Cruz y de su obra fundacional, pues su vida y su  espiritualidad no se pueden disociar del Mensaje y de la encomienda que la Virgen Santísima entregó a los Pastorcitos: Francisco, Jacinta y Lucía.
La Blanca Señora, "más brillante que el Sol", puso en manos de sus pequeños elegidos unos mensajes y una misión que no tenían en ellos su conclusión.
En Fátima (con Pontevedra y Tuy), inauguró la Blanca Señora "espectacularmente" y atronadorament, la "Era de María". Una Era que venía preparando Ella misma con mimo maternal desde sus Apariciones de la Medalla Milagrosa (1830), de La Salette (1846) y de Lourdes (1858).
Fátima (1917), con Pontevedra (1925) y Tuy (1929), es una "explosión de lo sobrenatural", que pone de manifiesto el cumplimiento de las Profecías contenidas en el Libro Sagrado del  Apocalipsis sobre la lucha de la Mujer vestida de Sol y coronada de estrellas contra la Serpiente enemiga de la Obra Redentora de Cristo y de toda la estirpe humana.
Los Mensajes y la misión encomendada por la Virgen Blanca a los Pastorcitos se dirigen a toda la Iglesia.Los pequeños Pastorcitos son sólo los primeros eslabones de una gran cadena que es el "ejército de María", los Apóstoles de la Señora celestial, los "Apóstoles de los Últimos tiempos".
Fátima es una espiritualidad, es el corazón de la espiritualidad católica.
Fátima es el núcleo del Evangelio, presentado, recomendado y urgido por la Madre de Dios y Madre de todos los hombres.
Fátima es la proclamación del Evangelio de la Cruz Redentora,única  fuente de Vida eterna y de Salvación para el género humano.
En esa "Escuela de María" que es Fátima, escuela recomendada por el Vicario de Cristo San Juan Pablo II a toda la Iglesia contemporánea, es donde reside el "secreto" de la vida espiritual de la Madre María Elvira y de su obra.
Es una vida tejida con la humildad, con el sacrificio aceptado y ofrecido por la conversión de los pobres pecadores. Una vida tejida con la suprema adoración a Dios presente en la Divina Eucaristía, con el amor a la Iglesia y con el celo ardiente por la salvación de las almas. Una vida cuya fuente está en el Santo Sacrificio de la Misa, donde está la fuente que mana y corre para que los redimidos beban gratis a diario el agua y la sangre que comunican la vida eterna.
María Elvira de la Santa Cruz aceptó la vocación de hacerse Misionera y Apóstol de Nuestra Señora. En la espiritualidad de Fátima, en la "Escuela de María" aprendió a vivir y a transmitir a los otros las enseñanzas de la Madre Celestial.
Desde muy joven, María Elvira, se puso diariamente a los pies de la Virgen en la Capilla de las Apariciones en Pontevedra. Y allí fue gustando las delicias del Corazón Inmaculado de María. Allí fue meditando, acogiendo y guardando en su corazón los mensajes maternales que Nuestra Señora de Fátima comunicó a los Pastorcitos.
Muchas veces a lo largo de su corta vida estuvo a los pies del trono maternal de María en la Cova de Iría. A los pies de la Madre Santísima encontró siempre la luz, la orientación y la fuerza para desplegar la tarea que el Señor y la Virgen ponían en sus manos generosas.
Como Misionera de la Fraternidad supo encarnar con maestría el espíritu de consolación y de reparación que embargaba el alma del Beato Francisco, el espíritu de reparación al Corazón de María y el celo por la conversión de los pobres pecadores que consumía a la pequeña Beata Jacinta, y las ansias de ser "apóstol del Inmaculado Corazón" como la Hermana Lucía.
Dios tiene sus designios y su manera providente de hacer las cosas.
Los pequeños confidentes de Nuestra Señora, Francisco y Jacinta, fueron llevados al cielo en su tierna edad. La Hermana Lucía sufrió por obediencia hasta el fin de sus días  un incomprensible silencio que le fue impuesto por los superiores de la Iglesia.
A la Madre María Elvira de la Santa Cruz el Señor le aceptó de inmediato la ofrenda de su propia vida dejando su obra en una dolorosa orfandad maternal.
¿Qué podemos argüir ante estas formas de proceder la Divina Providencia?
Es un proceder incomprensible y misterioso a los ojos de los hombres.
En apariencia se trataría de un fracaso en toda regla.
¡No es así! ¡No será así!
La clave está en los labios y en la palabras de la Mujer más brillante que el sol. La esperanza de un triunfo seguro está en el grito maternal de María:
"¡Y al fin mi Inmaculado Corazón triunfará!"
El Corazón Inmaculado de María triunfará en sus elegidos, en sus obras y apostolados, en la Iglesia, en el mundo y por toda la eternidad.
Quienes confían en el Señor jamás serán confundidos y los siervos de María nunca perecerán.
Pedimos al Corazón Inmaculado de María que suscite muchas almas jóvenes que lleven adelante con ilusión y confianza la obra que Ella comenzó con su hija María Elvira. Mujeres de corazón maternal, Esposas de Cristo, que siguiendo las huellas de la Madre María Elvira consagren su vida, como apóstoles intrépidas del Corazón Inmaculado, para extender hasta los confines de la tierra su reinado maternal.
¡Ave María Purísima!
Manuel María de Jesús, F.F.