REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

jueves, 28 de mayo de 2015

LA IGLESIA, PUEBLO SACERDOTAL

Todo el pueblo cristiano es sacerdotal. La comunidad reunida en torno a Cristo forma «una estirpe elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1Pe 2,5-9; +Ex 19,6). También en el Apocalipsis los cristianos, especialmente los mártires, son llamados sacerdotes de Dios (1,6; 5,10; 20,6). Y esta inmensa dignidad les viene de su unión sacramental a Cristo sacerdote.
Así Santo Tomás de Aquino: «Todo el culto cristiano deriva del sacerdocio de Cristo. Y por eso es evidente que el carácter sacramental es específicamente carácter de Cristo, a cuyo sacerdocio son configurados los fieles según los caracteres sacramentales [bautismo, confirmación, orden], que no son otra cosa sino ciertas participaciones del sacerdocio de Cristo, del mismo Cristo derivadas» (STh III,63,3).
Pues bien, en la liturgia Jesucristo ejercita su sacerdocio unido a su pueblo sacerdotal, que es la Iglesia. Y «realmente en esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia» (SC 7b). Concretamente, cualquier acción litúrgica, como enseña Pablo VI, «cualquier misa, aunque celebrada privadamente por el sacerdote, sin embargo no es privada, sino que es acto de Cristo y de la Iglesia» (Mysterium fidei; +LG 26a).
Y por otra parte la misma vida cristiana ha de ser toda ella una liturgia permanente. Si hemos de «dar en todo gracias a Dios» (1 Tes 5,18), eso es precisamente la eucaristía: acción de gracias, «siempre y en todo lugar» (Prefacios). Si en la misa le pedimos a Dios que «nos transforme en ofrenda permanente» (PE III), es porque sabemos que toda nuestra vida tiene que ser un culto incesante. Así lo entendió la Iglesia desde su inicio:
La limosna es una «liturgia» (2 Cor 9,12; +Rm 15,27; Sant 1,27). Comer, beber, realizar cualquier actividad, todo ha de hacerse para gloria de Dios, en acción de gracias (1 Cor 10,31). La entrega misionera del Apóstol es liturgia y sacrificio (Flp 2,17). En la evangelización se oficia un ministerio sagrado (Rm 15,16). La oración de los fieles es un sacrificio de alabanza (Heb 13,15). En fin, los cristianos debemos entregar día a día nuestra vida al Señor como «perfume de suavidad, sacrificio acepto, agradable a Dios» (Flp 4,18); es decir, «como hostia viva, santa, grata a Dios; éste ha de ser vuestro culto espiritual» (Rm 12,1).
Así pues, todos los cristianos han de ejercitar con Cristo su sacerdocio tanto en su vida, como en el culto litúrgico, aunque en éste no todos participen del sacerdocio de Jesucristo del mismo modo.
Fuente: encuentra.com

¿EN QUÉ SENTIDO JESÚS ES SACERDOTE?

Lo primero que conviene recordar siempre es que Jesús no era un sacerdote según la tradición judía. Su familia no era sacerdotal. No pertenecía a la descendencia de Aarón, sino a la de Judá y, por tanto, legalmente el camino del sacerdocio le estaba vedado. La persona y la actividad de Jesús de Nazaret no se sitúan en la línea de los antiguos sacerdotes, sino más bien en la de los profetas. Y en esta línea Jesús se alejó de una concepción ritual de la religión, criticando el planteamiento que daba valor a los preceptos humanos vinculados a la pureza ritual más que a la observancia de los mandamientos de Dios, es decir, al amor a Dios y al prójimo, que, como dice el Señor, «vale más que todos los holocaustos y sacrificios» (Mc 12, 33). También en el interior del templo de Jerusalén, lugar sagrado por excelencia, Jesús realiza un gesto típicamente profético, cuando expulsa a los cambistas y a los vendedores de animales, actividades que servían para la ofrenda de los sacrificios tradicionales. Así pues, a Jesús no se le reconoce como un Mesías sacerdotal, sino profético y real. Incluso su muerte, que los cristianos con razón llamamos «sacrificio», no tenía nada de los sacrificios antiguos, más aún, era todo lo contrario: la ejecución de una condena a muerte, por crucifixión, la más infamante, llevada a cabo fuera de las murallas de Jerusalén.
Entonces, ¿en qué sentido Jesús es sacerdote? Nos lo dice precisamente la Eucaristía. Podemos tomar como punto de partida las palabras sencillas que describen a Melquisedec: «Ofreció pan y vino» (Gn 14, 18). Es lo que hizo Jesús en la última Cena: ofreció pan y vino, y en ese gesto se resumió totalmente a sí mismo y resumió toda su misión. En ese acto, en la oración que lo precede y en las palabras que lo acompañan radica todo el sentido del misterio de Cristo, como lo expresa la Carta a los Hebreos en un pasaje decisivo, que es necesario citar: «En los días de su vida mortal —escribe el autor refiriéndose a Jesús— ofreció ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas a Dios que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su pleno abandono a él. Aun siendo Hijo, con lo que padeció aprendió la obediencia; y, hecho perfecto, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios sumo sacerdote según el rito de Melquisedec» (5, 7-10). En este texto, que alude claramente a la agonía espiritual de Getsemaní, la pasión de Cristo se presenta como una oración y como una ofrenda. Jesús afronta su «hora», que lo lleva a la muerte de cruz, inmerso en una profunda oración, que consiste en la unión de su voluntad con la del Padre. Esta doble y única voluntad es una voluntad de amor. La trágica prueba que Jesús afronta, vivida en esta oración, se transforma en ofrenda, en sacrificio vivo.
Dice la Carta a los Hebreos que Jesús «fue escuchado». ¿En qué sentido? En el sentido de que Dios Padre lo liberó de la muerte y lo resucitó. Fue escuchado precisamente por su pleno abandono a la voluntad del Padre: el designio de amor de Dios pudo realizarse perfectamente en Jesús que, habiendo obedecido hasta el extremo de la muerte en cruz, se convirtió en «causa de salvación» para todos los que le obedecen. Es decir, se convirtió en sumo sacerdote porque él mismo tomó sobre sí todo el pecado del mundo, como «Cordero de Dios». Es el Padre quien le confiere este sacerdocio en el momento mismo en que Jesús cruza el paso de su muerte y resurrección. No es un sacerdocio según el ordenamiento de la ley de Moisés (cf. Lv 8-9), sino «según el rito de Melquisedec», según un orden profético, que sólo depende de su singular relación con Dios.
Volvamos a la expresión de la Carta a los Hebreos que dice: «Aun siendo Hijo, con lo que padeció aprendió la obediencia». El sacerdocio de Cristo conlleva el sufrimiento. Jesús sufrió verdaderamente, y lo hizo por nosotros. Era el Hijo y no necesitaba aprender la obediencia, pero nosotros sí teníamos y tenemos siempre necesidad de aprenderla. Por eso, el Hijo asumió nuestra humanidad y por nosotros se dejó «educar» en el crisol del sufrimiento, se dejó transformar por él, como el grano de trigo que, para dar fruto, debe morir en la tierra. A través de este proceso Jesús fue «hecho perfecto», en griego teleiotheis. Debemos detenernos en este término, porque es muy significativo. Indica la culminación de un camino, es decir, precisamente el camino de educación y transformación del Hijo de Dios mediante el sufrimiento, mediante la pasión dolorosa. Gracias a esta transformación Jesucristo llega a ser «sumo sacerdote» y puede salvar a todos los que le obedecen. El término teleiotheis, acertadamente traducido con «hecho perfecto», pertenece a una raíz verbal que, en la versión griega del Pentateuco —es decir, los primeros cinco libros de la Biblia— siempre se usa para indicar la consagración de los antiguos sacerdotes. Este descubrimiento es muy valioso, porque nos aclara que la pasión fue para Jesús como una consagración sacerdotal. Él no era sacerdote según la Ley, pero llegó a serlo de modo existencial en su Pascua de pasión, muerte y resurrección: se ofreció a sí mismo en expiación y el Padre, exaltándolo por encima de toda criatura, lo constituyó Mediador universal de salvación.
Volvamos a nuestra meditación, a la Eucaristía, que dentro de poco ocupará el centro de nuestra asamblea litúrgica. En ella Jesús anticipó su sacrificio, un sacrificio no ritual, sino personal. En la última Cena actúa movido por el «Espíritu eterno» con el que se ofrecerá en la cruz (cf. Hb 9, 14). Dando gracias y bendiciendo, Jesús transforma el pan y el vino. El amor divino es lo que transforma: el amor con que Jesús acepta con anticipación entregarse totalmente por nosotros. Este amor no es sino el Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo, que consagra el pan y el vino y cambia su sustancia en el Cuerpo y la Sangre del Señor, haciendo presente en el Sacramento el mismo sacrificio que se realiza luego de modo cruento en la cruz. Así pues, podemos concluir que Cristo es sacerdote verdadero y eficaz porque estaba lleno de la fuerza del Espíritu Santo, estaba colmado de toda la plenitud del amor de Dios, y esto precisamente «en la noche en que fue entregado», precisamente en la «hora de las tinieblas» (cf. Lc 22, 53). Esta fuerza divina, la misma que realizó la encarnación del Verbo, es la que transforma la violencia extrema y la injusticia extrema en un acto supremo de amor y de justicia. Esta es la obra del sacerdocio de Cristo, que la Iglesia ha heredado y prolonga en la historia, en la doble forma del sacerdocio común de los bautizados y el ordenado de los ministros, para transformar el mundo con el amor de Dios. Todos, sacerdotes y fieles, nos alimentamos de la misma Eucaristía; todos nos postramos para adorarla, porque en ella está presente nuestro Maestro y Señor, está presente el verdadero Cuerpo de Jesús, Víctima y Sacerdote, salvación del mundo. Venid, exultemos con cantos de alegría. Venid, adoremos. Amén.
Benedicto XVI

LA VIRGEN MARÍA Y LOS SACERDOTES

María, Madre de los sacerdotes.
María es Madre especial de los sacerdotes porque es Madre de Cristo, Sumo, Eterno y Único Sacerdote.
María es Madre de los sacerdotes porque participan del sacerdocio de su Hijo por el Sacramento del Orden, quedando configurados con Él y participando de su poder para santificar, enseñar y gobernar. Los sacerdotes también participan de la Mediación de Cristo entre Dios y los hombres, ofreciendo a los hombres las cosas de Dios y presentando a Dios las necesidades de los hombres; y los sacerdotes participan de la Victimación de Cristo, centralmente, al renovar incruentamente el Sacrificio del Calvario.
María recibe a los sacerdotes como hijos predilectos al pie de la Cruz, por encargo de su Hijo. Jesús “Viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo” (Jo. 19, 26). Jesús, que se refiere directamente a Juan, discípulo amado, recién ordenado sacerdote en el Cenáculo, está proclamando extensivamente la Maternidad universal y, particularmente, la Maternidad de María sobre los que han sido y serán ordenados sacerdotes. María está aceptando a los sacerdotes como hijos al aceptar a Juan como hijo.
María prototipo del sacerdote.
María no es sacerdote. Su dignidad es superior al sacerdocio porque es la Madre de Dios y de la Iglesia. Por eso, es Prototipo de la espiritualidad sacerdotal que Ella vive eminentemente.
Ella es Prototipo de Mediación porque es la Medianera universal que nos ha dado a Cristo, a la Iglesia, a la Gracia y a los Sacramentos. El sacerdote ofrece a los hombres lo que recibe por medio de María.
Ella es Prototipo de Victimación porque es Corredentora con Cristo, Víctima con Él desde el Sí de la Encarnación hasta la Cruz. El sacerdote ha de captar la victimación sacerdotal de su vida, contemplando a María.
El sacerdote recibe el sacramento del Orden y queda configurado con Cristo Sacerdote, gracias a la corredención y mediación de María.
María acompaña al sacerdote.
María acompaña a Cristo Sacerdote, desde la Encarnación hasta la Cruz como una madre acompaña a su hijo. María sigue acompañando al sacerdote, “otro Cristo” con solicitud maternal. El sacerdote ha de saberse especialmente acompañado por su Madre, la Virgen María.
María acompaña a sus hijos sacerdotes en la función de santificar por los sacramentos, centralmente por la Eucaristía. En la función de enseñar, predicando el Evangelio bajo la guía de la Iglesia. En la función de gobernar, sirviendo al Pueblo de Dios con los sentimientos del Buen Pastor.
María protege y educa al sacerdote.
María Madre protege al Niño Jesús. María Madre sigue protegiendo al sacerdote como la madre protege al niño y trata de librarlo de todo mal.
María Madre ayuda al sacerdote, hombre de barro, a buscar el perdón en las caídas, a ser fuerte en la debilidad, a soportar la incomprensión y el rechazo, a perseverar en el camino de la santidad y en los medios para alcanzarla.
María es la educadora del sacerdote enseñándole a vivir al estilo de Cristo Sacerdote y según los sentimientos de su Corazón.
El sacerdote se entrega a María.
El sacerdote acoge a María-Madre en su casa como le pide Cristo desde la Cruz: “He ahí a tu Madre” (Cf. Jo.19, 27). El sacerdote se entrega, se consagra y ama a su Madre. Por eso, dialoga filialmente con Ella, le repite su amor en el Rosario, la obsequia con el Ángelus, celebra los sábados y sus fiestas…
El Concilio Vaticano II recuerda a lo sacerdotes que María es siempre “un maravilloso ejemplo que, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres; los presbíteros reverenciarán y amarán, con filial devoción y culto, a esta Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y Auxilio de los cristianos” (PO. 18b).
Fray Carlos Lledó López, O.P.

CRISTO SACERDOTE

¡Oh Jesús, Pontífice Eterno, Divino Sacrificador!
Tú, que en un impulso de incomparable amor a los hombres, tus hermanos, hiciste brotar de Tu Sagrado Corazón el Sacerdocio Cristiano, dígnate continuar derramando sobre tus ministros los torrentes vivificantes del Amor Infinito. 
Vive en Tus Sacerdotes, transformándolos  en Ti, hazlos por tu gracia, instrumentos de Tú misericordia.  Obra en ellos y por ellos y que, después de haberse revestido totalmente de Ti, por la fiel imitación de Tus adorables virtudes, cumplan en Tú nombre y por el poder de Tú Espíritu, las obras que Tú mismo realizaste para la salvación del mundo.
Divino Redentor de las almas, ved cuan grande es la multitud de los que aun duermen en las tinieblas del error, cuenta el número de las ovejas descarriadas que caminan entre precipicios, considera la turba de pobres, hambrientos, ignorantes y débiles que gimen en el abandono.
Vuelve, Señor, a nosotros por tus Sacerdotes, revive verdaderamente en ellos, obra por ellos y pasa de nuevo por el mundo, enseñando, perdonando, consolando, sacrificando y renovando los lazos sagrados del amor, entre el corazón de Dios y el Corazón del hombre,
AMÉN.

lunes, 25 de mayo de 2015

PATRÓN DE CUANTOS SUFREN EN CUERPO Y ALMA


* Año de la Vida Consagrada
San Charbel es un santo católico maronita libanés del siglo XIX que ha dejado atónitos a los sabios, porque de su cuerpo incorrupto salió líquido sangui­nolento que era inexplicable desde todo punto de vista científico. Si su cuerpo vivo tenía cinco litros de sangre y, después de muerto, exudaba un míni­mo de un litro de líquido por año, lo que darían 67 litros en 67 años, ¿de dónde salía ese líquido misterioso con el que se producían milagros maravillosos?
Después de muerto parecía un santo vivo, pues ni se le caía el pelo ni las uñas y su cuerpo mantenía su flexibilidad natural.
San Charbel vivió como un religioso de la Orden maronita (de san Marón) en el convento de Annaya durante 16 años y los últimos 23 años como ermitaño en una ermita cercana.
Fue un hombre dado continuamente a la oración ante el Santísimo Sacramento. Vivía intensamente la misa de cada día y llevaba una vida de continua penitencia, trabajando en los campos del convento en silencio para ganarse el pan. Su vida fue: oración, penitencia y trabajo. Después de muerto, miles y miles de devotos llegan a visitar su tumba, donde Dios sigue haciendo milagros.
San Charbel es un santo popular en el Líbano, pero es un santo de todos y para todos, pues es nuestro hermano que nos espera en el cielo y cuya vida nos estimula a vivir en la tierra de cara a la eternidad.
Nació el 8 de Mayo de 1828 en Beqaa-Kafra, el lugar habitado más alto del Líbano, cercano a los famosos Cedros, el joven Yusef Antón Makhluf creció con el ejemplo de dos de sus tíos, ambos ermitaños. A la edad de veintitrés años, dejó su casa en secreto y entró al monasterio de Nuestra Señora de Mayfuq, tomando el nombre de un mártir Sirio, Charbel, al ser admitido. Ordenado sacerdote en 1859, fijó como su residencia el monasterio de San Marón en Annaya.
El Padre Charbel vivió en esta comunidad por quince años, y fue un monje modelo en el sentido estricto de la palabra: se recuerda que, aunque se regocijaba al poder ayudar y asistir a su vecino, siempre fue un deseo dejar su monasterio. Disfrutaba pasar su tiempo cantando el oficio en el coro, trabajando en los campos y gozaba de la lectura espiritual, así que nadie se sorprendió cuando eventualmente él pidió, y recibió el permiso para ir a vivir la vida de un ermitaño. Mientras que los monjes Maronitas son generalmente comprometidos con el trabajo parroquial y pastoral, la provisión se hace siempre a aquellas almas elegidas que sienten el llamado a la vida ermitaña para impulsar su vocación, generalmente en grupos de dos o tres.
Así comenzó para el Nuevo ermitaño esa vida sagrada que ha sido inalterada desde los días de los Padres en el desierto: ayuno perpetuo, con abstinencia de carne, frutas y vino, trabajos manuales santificados por la oración, un lecho compuesto de hojas y cubiertos con piel de cabra como cama y un pedazo de madero colocado en el lugar habitual de una almohada, con la interdicción de dejar la ermita sin permiso expreso. San Charbel se puso bajo la obediencia de otro ermitaño, y pasó veintitrés años así, sus diversas austeridades parecían sólo incrementar la robustez de su salud. La única perturbación a su oración venía en la forma de la siempre creciente ola de visitantes atraídos por su reputación de santidad que buscaban consejo, la promesa de oración o algún milagro.
Entonces una mañana, a mediados de Diciembre de 1898, se enfermó sin previo aviso, justo antes de la consagración mientras celebraba una Misa. Sus compañeros le ayudaron a llegar su celda, la cual nunca volvió a dejar. La parálisis gradualmente se apoderó de él. La noche de Navidad murió, repitiendo la oración que no había podido terminar en el altar: “Padre de Verdad, tu hijo amado, que hace un increíble sacrificio por nosotros. Acepta esta ofrenda: Él murió para que yo pudiera vivir. Toma esta ofrenda! Acéptala.....” Estas palabras resumieron una vida de setenta años.
ORACIÓN
Oh, Dios bondadoso que concediste a San Charbel el monje maronita libanes, la gracia de la santidad y el poder de hacer milagros, te pedimos por su intercesion, escuchar nuestras suplicas.
Concedenos imitar sus virtudes, en los quehaceres de cada dia.
Que el ejemplo de su vida de oracion, de contemplacion y de trabajo, nos inspire el sentido profundo de la religion.
Que su amor a la iglesia y al projimo y su devocion tierna a la virgen Maria, nos indiquen el verdadero camino a la santidad.
Y si es de tu agrado, Senor, que podamos obtener la gracia (aquí se hace la peticion) que necesitamos.
 Te lo pedimos con profunda fe Amen
 (Padre Nuestro, Avemaria, Gloria)

AUXILIADORA DE LOS CRISTIANOS

Reinad sobre la Iglesia, que profesa y celebra vuestro suave dominio y acude a Vos como a refugio seguro en medio de las adversidades de nuestro tiempo. Mas reinad especialmente sobre aquella parte de la Iglesia que está perseguida y oprimida, dándole fortaleza para soportar las contrariedades, constancia para no ceder a injustas presiones, luz para no caer en las acechanzas del enemigo, firmeza para resistir a los ataques manifiestos y, en todo momento, fidelidad inquebrantable a vuestro Reino.
Reinad sobre las inteligencias, a fin de que busquen solamente la verdad; sobre las voluntades, a fin de que persigan solamente el bien; sobre los corazones, a fin de que amen únicamente lo que Vos misma amáis.
Reinad sobre los individuos y sobre las familias, al igual que sobre las sociedades y naciones; sobre las asambleas de los poderosos, sobre los consejos de los sabios, lo mismo que sobre las sencillas aspiraciones de los humildes.
Reinad en la calles y en las plazas, en las ciudades y en las aldeas, en los valles y en las montañas, en el aire, en la tierra y en el mar, y acoged la piadosa oración de cuantos saben que vuestro reino es reino de misericordia, donde toda súplica encuentra acogida, todo dolor consuelo, alivio toda desgracia, toda enfermedad salud, y donde, como a una simple señal de vuestras suavísimas manos, de la muerte brota alegre la vida.
Obtenednos que quienes ahora os aclaman en todas las partes del mundo y os reconocen como reina y señora, puedan un día en el Cielo gozar de la plenitud de vuestro Reino, en la visión de Vuestro Hijo Divino, el cual con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Así sea.
Venerable Pío XII

miércoles, 13 de mayo de 2015

"YO SOY DEL CIELO"

Jugaban los tres videntes en Cova da Iría cuando vieron dos resplandores como de relámpagos, después de los cuales vieron a la Madre de Dios sobre la encina. Era “una Señora vestida toda de blanco, más brillante que el sol y esparciendo luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua cristalina atravesado por los rayos del sol más ardiente”, describe la Hna. Lucía. Su rostro, indescriptiblemente bello, no era “ni triste, ni alegre, sino serio”, con aire de suave censura. Tenía las manos juntas, como para rezar, apoyadas en el pecho y orientadas hacia arriba. De la mano derecha pendía un rosario. Su vestido parecía hecho sólo de luz. La túnica era blanca, así como el manto, orlado de oro, que cubría la cabeza de la Virgen y le llegaba hasta los pies. No se le veía el cabello ni las orejas.
Lucía nunca pudo describir los trazos de la fisonomía, pues le resultaba imposible fijar la mirada en el rostro celestial, que la deslumbraba. Los videntes estaban tan cerca de Nuestra Señora (a un metro y medio de distancia, más o menos), que se encontraban dentro de la luz que la cercaba o que difundía. El coloquio se desarrolló de la siguiente manera:
Nuestra SeñoraNo tengáis miedo; yo no os hago daño.
Lucía¿De dónde es Vuestra Merced?
Nuestra SeñoraYo soy del cielo (y Nuestra Señora levantó la mano para señalar el cielo).
Lucía¿Y qué es lo que Vuestra Merced quiere de mí?
Nuestra SeñoraVengo para pediros que volváis aquí durante seis meses seguidos los día trece y a esta misma hora. Después os diré quién soy y lo que quiero. Y volveré aquí una séptima vez.
Lucía¿Yo también iré al cielo?
Nuestra SeñoraSí, vas a ir.
Lucía¿Y Jacinta?
Nuestra SeñoraTambién.
Lucía¿Y Francisco?
Nuestra SeñoraTambién, pero tiene que rezar muchos rosarios.
LucíaMaría de las Nieves, ¿está ya en el cielo?
Nuestra SeñoraSí, ya está.
Lucía¿Y Amelia?
Nuestra SeñoraEstará en el purgatorio hasta el fin del mundo.
¿Queréis ofreceros a Dios, para soportar todos los sufrimientos que os quiera enviar en reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?
LucíaSí, queremos.
Nuestra SeñoraVais, pues, a sufrir mucho, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza.
Fue al pronunciar estas últimas palabras (“la gracia de Dios, etc.”), cuando abrió las manos por primera vez, comunicándonos una luz tan intensa como el reflejo que de ellas se expandía. Esta luz nos penetró en el pecho hasta lo más íntimo de nuestra alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios, que era esa luz, más claramente que lo que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces, por un impulso interior, también comunicado, caímos de rodillas y repetimos interiormente:
– “Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento”.
Pasados los primeros momentos la Virgen añadió:
– “Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”.
Enseguida –describe la Hna. Lucía– comenzó a elevarse serenamente, subiendo en dirección al naciente, hasta desaparecer en la inmensidad de la distancia. La luz que la circundaba iba como abriendo un camino en la oscuridad de los astros.     
(Texto tomado del libro Fátima: ¿Mensaje de Tragedia o de Esperanza?, pp. 88-91)

sábado, 2 de mayo de 2015

SAN JOSÉ, NUESTRO PADRE Y GUARDIÁN

San José, "El Parlero" que hablaba a Santa Teresa de Jesús
* Año Teresiano
* En el cielo Jesús hace cuanto le pide su Padre virginal San José. (Santa Teresa).
*Jamás pedí cosa por intercesión de San José que no la haya alcanzado (Santa Teresa).
*San José, tengo experiencia, socorre en toda necesidad; todos los años en su día le pedí alguna gracia y siempre la vi cumplida (Santa Teresa)
*Quien no tenga maestro que le enseñe oración, tome a San José por maestro y no errará el camino. (Santa Teresa).
*Querría ver a todo el mundo devoto de mi Padre y Señor San José. (Santa Teresa)
*No he conocido persona que de veras sea devota de San José y le haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud. (Santa Teresa).
*Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio del bienaventurado San José, de los peligros que me ha librado, así del cuerpo como del alma.(Santa Teresa).
*Pruébelo quien no lo creyere, y verá por experiencia cuán gran bien es encomendarse a este glorioso Patriarca San José y tenerle devoción. (Santa Teresa)
CONSAGRACIÓN A SAN JOSÉ
Glorioso Patriarca San José, el más digno entre todos los Santos de ser venerado, amado e invocado, tanto por la excelencia de vuestras virtudes, como por el mérito de vuestra dignidad, la sublimidad de vuestra gloria y el poder de vuestra intercesión.
En presencia de Cristo Jesús, que os ha obedecido como Padre, y de María Inmaculada, que os ha servido como a Esposo, yo os elijo por mi abogado, por mi Protector y mi padre en todo peligro y necesidad. Me obligo a no olvidarme nunca de Vos, a honraros y extender vuestra devoción y culto todos los días de mi vida. Os suplico, oh mi amadísimo Padre y Señor mío San José, que me recibáis en el número de vuestros hijos. Asistidme en todas mis acciones, y no me abandonéis en la hora decisiva de mi muerte. Amén.

viernes, 1 de mayo de 2015

IN MEMORIAM

Es mi triste deber anunciar la repentina muerte del Padre Nicolás Gruner. Él murió hoy ya tarde de un ataque al corazón mientras trabajaba en su oficina del Centro de Fátima. Por el momento es todo lo que sé. Por favor, visite su página para actualizaciones. Verdaderamente, él era el experto mundial sobre Fátima. Tenía más conocimiento sobre esto y sobre la verdadera naturaleza del Mensaje de Fátima que nadie más. El Centro de Fátima del P. Gruner tendrá más información mañana.Por favor, recuerde al P. Gruner en sus oraciones, un gran amigo y un verdadero Cruzado Católico.
John Vennari
Página del P.  Gruner: http://www.fatima.org/
RESPONSO
V. Ne recordéris peccáta mea, Dómine.
R. Dum véneris iudicáre sæculum per ignem.
V. Dírige, Dómine, Deus meus, in conspéctu tuo viam meam.
R. Dum véneris iudicáre sæculum per ignem.
V. Réquiem ætérnam dona ei , Dómine, et lux perpétua lúceat ei .
R. Dum véneris iudicáre sæculum per ignem.
Kyrie eléison, Christe eléison, Kyrie, eléison.
Pater noster...
V. A porta ínferi.
R. Erue, Dómine, ánimam eius.
V. Requiescat in pace.
R. Amen.
V. Dómine, exáudi oratiónem meam.
R. Et clámor meus ad te véniat.
V. Dóminus vobíscum.
R. Et cum spíritu túo.
Orémus: Absólve, quæsumus, Dómine, ánimam fámuli tui N. ab omni vínculo delictórum: ut, in resurrectiónis glória, ínter Sanctos et eléctos tuos resuscitata respíret. Per Chrístum Dóminum nostrum.
R. Amen.
V. Réquiem ætérnam dona ei, Dómine.
R. Et lux perpétua lúceat ei.
V. Requiescat  in pace.
R. Amen.
V. Anima eius et ánimæ ómnium fidélium defunctórum per misericórdiam Dei requiéscant in pace.
R. Amen.